Cuando me gradué de la carrera tenía la firme convicción que para ser exitosa debía hacer un posgrado y emplearme, sobre todo esta última, emplearme en una prestigiosa compañía. Al siguiente semestre ya estaba matriculada en una de las mejores Universidades del país en una rama del Derecho que despertó mis expectativas y tenía un contrato laboral a término indefinido en un bufete de la capital, ósea lo que la gente llama un empleo estable.

Sin embargo, dado mi espíritu de libertad empecé a sentir que los elementos del contrato laboral, prestación del servicio, subordinación y remuneración no se ajustaban a mi idea de abogada exitosa. Tras el transcurrir de los años y las múltiples experiencias profesionales he podido observar como la falta de armonía y balance en los mencionados elementos de la relación de trabajo, no sólo da de comer a los abogados laboralistas (en mi caso mucho más a los administrativistas) sino que produce una constante movilidad de los profesionales en búsqueda de mejorar sus posiciones, y creo que esto no sólo nos pasa a los que nos desenvolvemos en el campo del Derecho (si se siente identificado puede darle like a este escrito).

Por otra parte, cuando te cansas de buscar el trabajo ideal y abandonas esa idea de emplearte, lo cual es muy fácil para nosotros los abogados y decides ser independiente, bien sea como asesor, consultor o litigante sabes que tendrás tus épocas de vacas gordas y vacas flacas. Cuando las vacas están gordas miras para atrás y piensas en el tiempo que desperdiciaste “trabajando para otros”. Pero como todo en la vida es de contrastes (sino miremos la biografía de Steve Jobs), el ayayay!!! viene cuando llegan las flacas… ahí sí que prefieres no mirar para atrás y anhelas esa estabilidad que te brindaba el ser empleado.

Lo cierto es que el ser humano es inconforme por naturaleza, y lograr el balance entre tu profesión y tus aspiraciones te lleva años, sobre todo si eres de la generación que nació en los 70´y 80´en adelante. Pues ya no concebimos graduarnos, emplearnos y jubilarnos en el mismo lugar, o por lo menos no es mi caso, el sólo recordar la celebración de despedida de compañeros que se pensionaban y habían empezado a sus 16 en la misma empresa me produce terror.

Así pues que teniendo en cuenta las pocas probabilidades de pensionarme en un país donde las leyes cada vez son más complejas en esta materia y sumado a la innegable contradicción entre libertad y subordinación o dependencia, disfruto de la primera y sus eventuales momentos de estabilidad, con la firme convicción de que aun así podemos ser exitosos.

 

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